Salvando la pandemia: Ascenso al Cerro El Morado

Un ascenso a la montaña puede ser un salvavidas en época de pandemia. Esta es mi historia subiendo el Cerro el Morado, en la Región Metropolitana.

Por Ignacio Villagra Döll

Comenzamos nuestra aventura por la ruta G-25 ese día, adentrándonos en el Cajón del Maipo. A la altura de Baños Morales, a 76km de Santiago, alcanzamos a ver por primera vez el maravilloso Cerro El Morado. Esta montaña de los Andes Centrales ofrece excelentes condiciones para la escalada o la caminata por el valle: el paisaje de la laguna y la sorprendente vista del glaciar atraen el deseo de los andinistas.

Caminamos con destino al acceso privado del Valle de las Arenas, Cajón del Morado, propiedad de “Parque Arenas SpA”. Después de ordenar nuestras mochilas y alistar los últimos detalles, cuatro deportistas de la Rama de Montaña de la Universidad de Chile (RAMUCH) emprendimos nuestro camino por un costado del estero El Morado.

Cerro El Morado nos espera 

Este cerro se presentaba ante nuestros ojos como un sueño y una gran oportunidad de rescatar este año 2020 pandémico y agitado. Sabíamos que iba a ser intenso, pero disfrutaríamos cada escalada de esta magnífica montaña.

Cumbre Cerro el Morado
Cerro El Morado

Así, comenzamos nuestro ascenso al campamento base al mediodía. Después de unos minutos recorridos, no pudimos evitar detenernos inmediatamente ante el movimiento del proyecto hidroeléctrico Alto Maipo. Esta empresa ha sido acusada constantemente por la destrucción de glaciares de la zona y el impacto en el sistema de aguas superficiales y subterráneas. 

La construcción de túneles debajo del Monumento Nacional El Morado atenta contra un recurso tan vital como el agua, en una de las pocas áreas protegidas de la Región Metropolitana. En contraste, nos encontramos con mucha gente que caminaba maravillada por estos hermosos paisajes.

Laguna del Morado

A buen paso y luego de 3 horas y media, nos situamos bajo la Laguna del Morado (3200 msnm.) para estudiar la ruta y pasar la noche. La luna llena en su plenitud iluminaba nítida el cerro Punta Italia (4863 msnm.), mientras el grupo soñaba despierto con el milagro de la Cordillera de los Andes. 

El viento frío que subía por el valle nos obligaba a refugiarnos en las carpas, pero dos compañeros eligieron quedarse afuera con sus sacos de dormir. Un cielo estrellado los acompañó toda la noche. 

La ascensión al campamento alto prometía, por lo que comenzamos nuestra jornada a las 7 y media de la mañana. A buen ritmo y con las mochilas cargadas llegamos al final de una subida, que nos recompensó con una espectacular panorámica del glaciar colgante del Cerro El Morado, sus hielos colindantes y la laguna repleta de témpanos

Andinistas en Cerro El Morado
Descansado en el ascenso al cerro El Morado

Contemplamos la inmensidad de estas formaciones de hielo, entre la quietud y el silencio de la montaña ¡Aquí se respira aire puro! El paisaje se vuelve conmovedor, entre azules y calipsos cristalinos que invaden el lugar. Una experiencia increíble que nos llena de una energía única.

Más cerca de la meta: base del cerro El Morado 

Más tarde, llegamos a la base del cerro El Morado donde comienza el primer paso de roca, que hay que trepar con bastante cuidado. Buscábamos evitar las horas de calor y hacer estas pasadas con tiempo. La escalada no fue difícil, sí algo expuesta, en diagonal hacia el norte, pero alternamos continuamente nuestra marcha entre los neveros para hacer más segura nuestra ascensión. 

La roca en ese lugar es complicada, así que es importante estar atento a cada paso. La pared de piedra se verticaliza cada vez más, mientras que la superficie mojada revela caídas de agua. Es importante elegir el camino más seguro como cordada porque no hay una vía única bien definida. 

Por el lado izquierdo del límite sur de los seracs, llegamos al campamento alto (3900 msnm) a las dos de la tarde. Nos recibió una vista panorámica al glaciar de El Morado y sus desprendimientos, lo que nos mantenía atentos y asombrados. El hielo milenario crujía fuerte y nos sorprendía con sus múltiples tonalidades. 

Penitentes en el Cerro El Morado en un día soleado y con nubes

Progresión en glaciar

La tarde en las alturas transcurrió tranquila, conscientes de nuestra respiración y atentos a nuestros cuerpos. La puna es algo que no se puede ignorar y hay que sentirla con responsabilidad y estoicismo.  

Un grupo de montañistas que bajaba de la cumbre nos confirmó que lo mejor era salir temprano y así lo hicimos. Para tener un descenso más seguro, el calor del sol es un factor importante en la progresión en glaciar. 

Con un poco de música para motivar la salida a las 4 de la mañana, nos encordamos y a buen ritmo cruzamos el glaciar agrietado en dirección noreste, a través de enormes penitentes formados por el sol que ponían a prueba nuestra elongación y fuerza. 

Nuevamente, la luna nos acompañó durante toda esa oscuridad hasta situarse por encima del cerro El Morado. Nos incitaba a seguir con temple. Eran las 5 y media de la mañana y los primeros rayos de sol descubrían a nuestras espaldas el Cerro Marmolejo y el Volcán San José. 

De aquí en más, la consistencia de la nieve cambió y dificultó nuestra marcha, pero no nuestras ganas de continuar a paso seguro en dirección al último trepe que nos llevaría a la cima. Entre todos y todas nos dábamos ánimo para seguir adelante. El grito que sale del alma como último suspiro. El deseo de llegar a las alturas para poder ver la inmensidad de los Andes.   

Montañistas caminando por la nueve cerca de la cumbre del Cerro El Morado
Cordada caminando por los hielos y llegando a la cima Cerro el Morado

Finalmente, llegamos a la última escalada que subimos motivadísimos para abrazarnos en su magnífica cumbre a las 9:20 de la mañana. La panorámica era total. Hacia un lado, Laguna Negra y el Embalse El Yeso. Los cerros Mesón Alto, Loma Larga y Cortaderas por el otro. 

Admiramos el paisaje lo que el viento nos permitió. Hipnotizados por la vista y cargados de nuevos desafíos que nos presenta los Andes Centrales, bajamos rápidamente porque sabíamos que el descenso no era tarea fácil. 

La cumbre es la mitad del camino

La bajada hasta el campamento alto nos hizo recordar todo lo que habíamos aprendido la semana pasada sobre progresión en glaciar. 

Si bien no se veían grietas de gran tamaño, sí pude comprobar personalmente lo importante que es la seguridad en la montaña al meter mi pie derecho en un hoyo donde no veía el fin. Sin moverme demasiado, intenté hacer palanca con la pierna izquierda para ver cuanto aguantaba. No vaya a ser cosa que me caiga a la grieta. 

Le dije a mi compañera que iba adelante que estuviese preparada, atenta a cualquier maniobra de rescate. Con toda la fe, me impulsé hacia adelante en un pie y, con ayuda de los bastones, logré salir intacto y agradecido de haber estado con todos los implementos necesarios y con querid@s compañer@s a toda prueba. 

Subiendo el Glacier en la cima del Cerro El Morado

Al final, llegamos al campamento y desarmamos nuestras carpas. Comimos algo y continuamos nuestro camino rápidamente. Nos preocupaban los pasos de roca que hicimos al principio, pero pudimos encontrar dónde asegurar los rapeles, que hacían menos riesgosa nuestra bajada hacia la laguna. 

La jornada salió excelente y en cuatro días la disfrutamos muchísimo. Finalmente, al otro día, el martes 8 de diciembre, volvimos a Santiago con la felicidad de haber podido disfrutar de esta gran montaña de la Cordillera de los Andes.

Andinistas escalando el Cerro El Morado

Fotos: Sebastián Mejias.

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